martes, 13 de marzo de 2012

Dulce Carolina

Carolina Rodríguez, en un ejercicio de cinta


Estamos en 2012, año bisiesto, y por lo tanto, Año Olímpico. A mí que me encanta el deporte, siento los Juegos Olímpicos como algo maravilloso, el evento más representativo de la nobleza del deporte.  Hablo de nobleza porque la mayoria de los contendientes en una olimpiada no son las típicas superestrellas rebosantes de dinero y fama, sino gente que ha sacrificado su vida por un deporte generalmente minoritario y que se enfrentan a la prueba para la que llevan preparándose desde siempre.

Siento especial admiración por los gimnastas.  La gimnasia quizá sea una de las modalidades que más disciplina exige a los que la practican. Infancia totalmente sacrificada y una carrera deportiva extraordinariamente corta, sin gran reconocimiento ni remuneración, a lo que podemos añadir un riesgo bastante alto de lesión que acarrea secuelas de por vida en la mayoría de los casos. Estamos hablando de una demostración de generosidad impresionante, ya que todo lo que arriesgan es para hacer un ejercicio maravilloso, sólo al alcance de los más talentosos, arte para unos pocos que no a muchos interesa. Cultura underground hasta cierto punto.

Lo que comentaba antes de la disciplina, la dedicación casi absoluta que requiere la gimnasia, la fortaleza mental que exige, me hace comprender porqué las potencias mundiales en gimnasia son China, Rusia, Estados Unidos y muchos países del este de Europa. Países capaces de crear auténticas máquinas de entrenar y superarse, pura genética y pura competencia de otra manera. El otro día ví en Informe Robinson la historia de una leonesa de 25 años, Carolina Rodríguez. Hace gimnasia rítmica, y a parte de ser sobradamente disciplinada y brillante, tiene una sensibilidad y un corazón enorme, y eso no lo encuentran tan fácil los yankees, los chinos, o los bielorrusos. El día 9 de Agosto bailará para todos en Londres. Recomendaría estar pendientes.




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